Carlos Saura, un cineasta de la memoria, el neorrealismo y la poética trágica

El juego de la memoria: las imágenes. Es lo que me ha interesado en mis películas, casi nunca se narran las cosas directamente, sino indirectamente, y no siempre por la censura, sino porque a mí me parece que es el recurso narrativo que puedo utilizar, porque es más enriquecedor, e incluso más interesante”, así define la esencia de su obra el cineasta español Carlos Saura, uno de los directores de cine más importantes de su país, quien hoy cumple 82 años.
Actualmente se espera el estreno de su filme 33 días, protagonizado por Antonio Banderas y Gwyneth Paltrow, en el cual el protagonista de La piel que habito, del manchego Pedro Almodóvar, encarnará al pintor Pablo Picasso en el momento en que trabajaba en su obra maestra La Guernica. El filme se estrenará a mediados de este año.
Con más de seis décadas dedicadas al séptimo arte, el laureado Carlos Saura recibe el nuevo año con homenajes como el que le realiza la cadena de televisión Europa Europa, que programó un ciclo dedicado a su cinematografía que incluye filmes como Cría cuervos, Mamá cumple cien años y Deprisa, deprisa.
Primeros años. Carlos Saura Atarés nació el 4 de enero de 1932 en Huesca, España. Su madre, quien era pianista, le inculcó el gusto por la música, mientras que su hermano mayor, Antonio, se dedicó a la pintura. Fue en su infancia en la que se desarrolló su afición al cine.
Siendo adolescente practicó la fotografía y a partir de 1950 realizó sus primeros reportajes con una cámara de 16 milímetros. Se trasladó a Madrid con la intención de seguir con la carrera de Ingeniería Industrial.
A pesar de ello, su vocación por la fotografía, el cine y el periodismo lo hicieron abandonar más tarde los estudios industriales y matricularse en el Instituto de Investigaciones y Estudios Cinematográficos.
“Había visto muchas películas de pequeño, pero nunca pensé en hacer cine. Para mi gran sorpresa aprobé con una nota buenísima, todo porque sabía de fotografía. Allí, en esa escuela, hallé mi destino”.
“Mi primera película fue Los golfos, en 1959, y era casi un documental sobre unos chicos que llegan a Madrid. Y era casi un documental porque yo me sentía más en el terreno documental que en el de ficción. Yo quería meterme en la ficción; al principio no sabía cómo, escribir me daba terror”, recordó el cineasta en entrevista con un medio español.
Con Los golfos, en la que intentó crear una especie de neorrealismo español, el cineasta consolidó sus méritos de director que iniciaron con sus cortometrajes Flamenco (1955), El pequeño río Manzanares (1956), La tarde del domingo (1957) y el documental Cuenca (1958):
“Intentaría un cine brutal, primitivo en sus personajes, un cine para rodar en la Serranía de Cuenca, en Castilla, en los Monegros, en los pueblos de Guadalajara. Seguramente sería un cine no conformista, directo, sencillo de forma y muy real. Real en la valoración de las pequeñas superficies: la piel, el tejido, la tierra, las gotas de sudor… El amor hacia todo lo que forma el microcosmos que rodea al hombre”, escribió en su libro Un problema de caligrafía, respecto a su documental Cuenca que lo llevó a ganar una Mención especial del Festival Internacional de Cine de San Sebastián y una Medalla de Plata en el Festival de Bilbao de 1959.
Auge. A partir de la década de los 60, en su primera etapa como director intentó posicionarse en favor de los marginados y llegó a crear un cine lírico y de estilo documental al mismo tiempo con filmes como Llanto por un bandido (1963), Stress-es tres-tres (1968), La madriguera (1969), El jardín de las delicias (1970), Ana y los lobos (1973), Cría cuervos (1976), Elisa, vida mía (1976), Los ojos vendados (1978) y Mamá cumple cien años (1979).
“Al principio trabajé mucho con colaboradores como Rafael Azcona. Hasta Cría cuervos (1975), que fue la primera película que hice solo. No quería apoyarme en nadie, quería ir sin muletas; tuve mucha suerte, fue una película muy exitosa y eso me permitió hacer otras. Entonces me interesaban cosas como, por ejemplo, cómo era la sociedad española; qué pasaba con la religión, con el sexo, con la política, con los militares… De alguna manera, estaba más preocupado por cambiar este país”, expresó Saura.
Fue en esa década cuando llegaron distinciones importantes como el par de Osos de Plata a Mejor Director por sus cintas La caza (1965) y Peppermint frappé (1967) en el Festival Internacional de Cine de Berlín.
Segunda etapa. A partir de 1980, cuando Carlos Saura recibe una mención más a Mejor Director en la Berlinale por su filme Deprisa, deprisa, el realizador le da un giro a su cinematografía para enfocarla a la temporalidad y la memoria e incursiona en otros géneros musicales en filmes como Bodas de sangre (1981), en la que colabora con el bailarín Antonio Gades, y adapta la ópera de Bizet, Carmen, que lo llevó a ser premiado en Cannes y a ser seleccionada para el Oscar.
Después dirigió un filme sobre la búsqueda de El Dorado, filmado en Costa Rica durante 1987, que se convirtió en el más caro de la historia del cine español hasta ese momento y años más tarde le rinde un homenaje a Luis Buñuel, en el filme Buñuel y la Mesa del Rey Salomón (2001) invita al espectador a una aventura con personajes históricos entre los que también se incluyen Federico García Lorca y Salvador Dalí.
“Creo que ese mundo del cine me lo descubrió Luis Buñuel. La gente piensa en Buñuel como en un surrealista, pero hablando con él enseguida te dabas cuenta de que era en realidad el puente entre un pasado del ideario español y la modernidad. Me enseñó el juego del intercambio de personalidades, que está en Cervantes”, opina Saura.
En el nuevo milenio, Saura también estrenó las películas Salomé (2002), El séptimo día (2004), Iberia (2005) y Flamenco, Flamenco (2010). Entre otros galardones, Saura ha obtenido el Fotograma de Plata 2010 Especial Homenaje, el Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Medalla Internacional de las Artes de la Comunidad de Madrid. En total tiene 37 largometrajes, incluyendo su próxima entrega 33 días.
“De todas las cosas que hago, la única que me da momentos de paranoia es el cine, durante los meses de rodaje sobre todo. Porque los meses de la escritura del guión es como si estuvieras escribiendo una novela: la diferencia es que tienes que escribir imágenes, aunque no siempre, porque también escribes estados de ánimo. En el cine todo confluye: en el periodo de rodaje no sé dónde vivo, y cuando acaba no me acuerdo de cómo lo he vivido”, explicó Saura.
Carlos Saura, un cineasta de la memoria, el neorrealismo y la poética trágica